martes, 27 de mayo de 2008

Mónaco: glamour pasado por agua

MANUEL MORILLAS
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Pues sí, menuda carrerita que pudimos ver el domingo en Mónaco. Se ve que esto de la Fórmula1 nos va picando el gusanillo a todos los españoles, porque fuimos unos cuantos cientos de miles de espectadores más que el año pasado. Y eso en un año en que nuestro piloto, el español, no opta más que a las migajas del pastel que se comen Ferrari, McLaren y BMW principalmente.
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Lluvia. A los españoles no nos mola la lluvia. El ánimo se mosquea bastante cuando se asoma al cielo y ve que a finales de mayo todavía sufrimos un tiempo propio de enero. Sin embargo, en la Fórmula1 y con Alonso nos hemos acostumbrado a pedir agua. Quizá porque la vemos como un aliado de la destreza, de la pericia, del coraje, cualidades que afloran en los pilotos grandes, los buenos de verdad. Y sabemos que nuestro asturiano lo es. Sin embargo no calculamos los riesgos de su aparición. Con la pista mojada las carreras se convierten en una quiniela. Que tu predicción meteorológica sea la correcta, que pongas los neumáticos que mejor te van a ir (no sólo ahora, sino en las próximas 25 vueltas) y que el resto de pilotos consigan domar sus coches sin rozar o arañar el tuyo debe ser como acertar un pleno al quince. Esta vez para Alonso no hubo ni reintegro. Su error en el toque con Heidfeld se lo perdonamos por campeón, por torero, por valiente. Quien no arriesga, no gana. Por eso mismo el de Oviedo ya lleva dos campeonatos del mundo (y eso que el año pasado no le "dejaron" competir por real decreto anglopatriota).
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Ventanitas. Se me ocurre así, de sopetón, que al final vamos a tener que darle la razón al ejército de supersticiosos que habitan en el mundo del deporte. Igual que Cech se pone un jersey fosforito para la final de Champions o que los jugadores de la NBA bailan o rezan antes de saltar a la cancha, quizá Telecinco deba plantearse -seriamente esta vez- abrir la ventanita de publicidad con forma circular o triangular. No sé, asumo que la publicidad es un mal necesario, pero es un mal muuuy malo para los pilotos, y en especial para Alonso. Es abrirse la ventanita de marras y fallan motores, cajas de cambios, neumáticos... Insisto: por favor, que nos eviten esas taquicardias. No tienten a la suerte.
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Hablando de suerte. Hamilton empezó sus llantos del año pasado en este circuito, pero ayer la suerte le acompañó una vez más. Este también se la camela a su modo, casco amarillo hortera incluido, y casi siempre le funciona. El año pasado tocó más de la cuenta las protecciones y salió impune de su chulería de novato. El domingo le bastó con averiar su coche en el justísimo momento oportuno para beneficiarse al máximo de las circunstancias de carrera y ganarla. Lo malo es que la suerte no juega siempre y esos días Lewis se empeña en llamarla tocando botoncitos en el volante. Luego pasa lo que pasa: la suerte no gana por sí sola mundiales.
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Kubica. El polaco se sigue reivindicando como un valor en alza en el mercado de pilotos. Su ascenso, como el de BMW, es indudable. A ver si al final de tanto juntarse con Alonso a jugar al póquer se le ha pegado algo y todo. No. Ya sé. Todo tiene una explicación. El otro día Iker Casillas estuvo en la partida, y claro, tocar a un santo debe ayudar algo.
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Roles en Ferrari. El campeón Raikkonen estuvo peor que Massa. Algo se está cociendo aquí. Ya intuyo la pícara estrategia de Ferrari para que no quede ningún asiento libre para Fernando en 2009 y no tener así que aumentar presupuesto ni lidiar con dos miuras en el mismo corral: Quieren hacer parecer a sus dos pilotos igual de buenos... o igual de malos, este punto está aún por clarificar. En Mónaco, Massa se puso el disfraz de Kimi, completando una brillante carrera que hace que le tomemos un poquito más en serio. Sólo un poquito, no lo suficiente como para salir en tropel a las casas de apuestas ni para darle la razón a mi buen amigo Bruno, de Brasil, quien me decía hace unos meses que Massa era el mejor piloto de la parrilla junto a Alonso. Gran humor el de estos brasileños.
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Kimi ya sabíamos a lo que venía. Le delataban sus sonrisas, sus ojeras y sus yates. Hace dos años se fue directo al fuera borda sin ni siquiera desenfundarse el mono y el casco, ante el enfado de Ron Dennis (chúpate esa, Ron) y la juerga no debió de ser mala, porque si prisas tuvo, más aún tuvo este. Tantas ganas tenía de terminar el finlandés que embistió al alemán Sutil cuando iba cuarto. Vaya barraquera se pilló el pobre. Se supone que al menos Ice-man le invitó luego al jolgorio... ¡ qué menos !
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En fin, podía llover siempre, los espectadores lo agradecen aunque los pilotos y escuderías lo maldigan. En una competición tan atiborrada de aerodinámica y donde los adelantamientos son rara avis, un poco de pimienta se agradece. Y más vale un carrerón de dos horas (por el límite de tiempo) emocionante e imprevisible, que un tostón de hora y media sin alteraciones ni jugo alguno. Vamos, que yo también me apunto a la reivindicación de Lobato: ¡ que pongan aspersores !

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